ÉL
5:00 de la mañana, el despertador del celular suena como loco. Aún con algo de sueño me levanto de la cama. Hace frío desde la madrugada y yo como raro en solo bóxer. Inicio con 4 sesiones de lagartijas de 20 repeticiones. Debo cuidar mi cuerpo, es el que me da para trabajar. Termino rápidamente y me meto a la ducha. Unos cuantos minutos y salgo del baño. Definitivamente se me nota el trabajo del Gym por más de 8 años. Saco rápidamente una camiseta blanca y unos jeans ajustados. Hoy voy a hacer que hablen de mí en el trabajo, sé que más de una y más de uno me tienen ganas…
…Como raro, el bus está lleno de gente y me toca pegado a la puerta de salida. De repente siento las miradas de dos muchachas que se quedan fijan en mi pantalón. Se les nota la falta de sexo a esas dos. Yo les podría colaborar, pienso y se me escapa una sonrisa. Al tiempo noto que un chico que está detrás mío roza su maleta y de paso sus manos contra mis nalgas. Esas dos situaciones me excitan. Es imposible no tener una erección y es más notoria porque hoy voy sin ropa interior… Evado la excitación mirando por el vidrio de la puerta del bus. Llego al gimnasio y hoy hay más gente que de costumbre. Me cambio e inicio con las clases de Zumba y un poco de Crossfit. Así paso todo el día. Miro el reloj que está en la zona de pesas y ya son las 4 de la tarde, es hora de tomar una baño. Me meto a la ducha desnudo, cierro los ojos y dejo caer el agua tibia. ¡Qué bien se siente estar así! Al mirar hacia uno de los costados veo que varios de mis alumnos están desnudos, con sus cuerpos tonificados, mojados, lleno de jabón. Cómo disfruto esa escena. No sé hasta dónde me va a llevar esta dualidad que tengo en la cabeza…
Al salir del trabajo pienso en llamar a Mafe, una de mis alumnas que me tiene caliente desde hace un tiempo, la voy a invitar a tomar algo y la tarde noche dispondrá de nosotros. Llamo a María Fernanda y le propongo hacer algo diferente hoy. Se hace rogar un poco, pero termina accediendo. Le digo que estoy cerca de su Universidad para que no haya excusas y le propongo que nos veamos en uno de mis lugares favoritos. Es una panadería clásica que está en el centro de la ciudad, un lugar para citas como ésta que estoy planeando tener. Le compro un café, pero me doy cuenta de que no quiero sentarme a hablar con ella… lo que quiero es encontrar un lugar donde poder estar con ella. A los pocos minutos la veo venir contoneando su cadera. Definitivamente es hermosa. Le doy un beso en la mejilla y de paso huelo ese perfume maderoso que siempre utiliza. Toco levemente su mano mientras le paso el café. Hablamos algunas cosas de mi trabajo y consigue sonrojarme un poco con un comentario morboso sobre mi cuerpo. Disimuladamente doy una vuelta frente a ella para que me vea y me desee. Sé cómo son ellas.
Eso me excita de nuevo y noto que mi bulto crece dentro de mi pantalón. Ella también lo nota, sonríe y me toma de la mano.
Seguimos caminando hacia el norte por la Séptima. La lluvia empieza a caer lentamente. Seguimos tomados de la mano y llegamos al Parque Nacional. No aguanto más y frente al reloj la tomo de la cintura y la beso. Siento sus labios carnosos, dulces, abiertos… y sus gemidos suaves hacen que cada vez la desee más. Recuerdo que arriba de la circunvalar hay un lugar perfecto para tener sexo al aire libre. La noche es perfecta, la lluvia aleja a los visitantes y las bombillas a medio encender le dan un toque clandestino al lugar. Con cada paso, la lluvia se hace más fuerte y el viento nos golpea en la cara. Eso nos entusiasma, nos invita a juntar nuestros cuerpos. Poco a poco nos vamos adentrando en la maraña… De repente decido recostarla contra un eucalipto. Allí la beso con pasión, con deseo… La lujuria se apoderan de mí. Agarro sus nalgas redondas y pequeñas, y froto mi pene contra su sexo. Ella se desabotona la blusa y me enseña unos senos hermosos. Muerdo sus pezones duros. Bajo lentamente mi mano a su entrepierna y juego con mis dedos dentro de ella. Cada gemido que se escucha se funde con el sonido de la quebrada que pasa y con los truenos que retumban en el cielo. Ella me susurra algo al oído y a lo lejos, en un arbusto, observo a un muchacho. Está de pie, viéndonos,-excitado-, tocando su miembro, como si quisiera participar de aquella danza sin control.
“¿Hasta dónde llegaría tu locura?”
ELLA
Salgo de la universidad a eso de las 6 de la tarde y como todos los días, bajo una cuadra a la Séptima con Jiménez, compro un chocolate y cuando lo destapo recibo la llamada que había estado esperando todo el día. Es él, por fin, Antonio, mi instructor de gimnasio. Sé que más de una le tiene ganas y que se mojan al verlo, con esas nalgas paraditas y ese paquete que se le marca debajo de la licra.
Pero también sé que él me tiene ganas a mí.
“Mafe, ¿podemos vernos hoy? Quiero que hagamos algo diferente.”
Claro que podemos, pienso dentro de mí con unas ganas irresistibles de besarlo. Sin embargo le pregunto, “¿dónde estás, a ver si puedo ir?”.
“Estoy cerca de la Universidad del Rosario, si quieres te espero en La Florida”.
No conozco el lugar, pero entiendo que es un sitio de onces de antaño. Presurosamente camino por la séptima hacia el norte, con esas mariposas en el estómago como cuando vas a tener sexo por primera vez. A lo lejos veo que él está esperándome, tiene un café en la mano. Debe ser para mí. Hoy hace frío y va empezar a lloviznar. Me saluda con un beso sonoro en la mejilla y me entrega el café caliente, como si supiera que mi cuerpo necesita todo tipo de calor. Tomo un trago y siento esa sensación de calefacción en mi garganta que hace que mis pezones se endurezcan, no solo por la sensación del café, sino también por el viento que arrecia. Empezamos a caminar hacia el norte, hablamos de sus clases… le digo lo bien que le queda la licra. Se sonroja un poco, pero le doy pie para que se sienta halagado y deseado. Da dos pasos frente a mí, gira lentamente y deja ver todo su escultural cuerpo. Lo miro de arriba a abajo, su camiseta blanca deja ver sus tetillas, sus pezones duros, pecho fuerte, abdomen marcado. Sigo bajando la mirada y puedo ver cómo ese jean ajustado marca su trasero fuerte, redondo... sus piernas torneadas, y veo su sexo… su sexo ligeramente curvado hacia la derecha, casi erecto. Sonríe y me dice,
“mira cómo me pones”.
Lo tomo de la mano y seguimos caminando por la calle. Sé que está buscando una excusa para llevarme a algún lugar discreto en donde pueda tener sexo conmigo. Me pregunta con cierta picardía
“¿te gustaría hacer algo loco?”.
“¿Por qué no?, ¿qué propones?. Ambos sonreímos y empezamos a caminar. Siento el calor de su mano que envuelve la mía… Llegamos al parque nacional y subimos por la torre del reloj. Me siento extasiada y excitada cada vez más. Mis piernas tiemblan por el frío, la excitación y el deseo de su cuerpo... Por fin nos detenemos en el centro de la plazoleta. Me gira con sus brazos robustos y se lanza sobre mi boca; me besa, toma mis labios lentamente, aprieta mi cuerpo contra el suyo como si no quisiera soltarlo. Su sexo crece, se endurece y calienta cada vez más. Lo siento rozar contra mi falda. La locura se apodera de ambos y seguimos hacia arriba del parque. El viento hace que llueva para todas partes y nos humedecemos por dentro y por fuera. Tomamos un camino pequeño que va hacia unos árboles grandes, el lugar perfecto para nuestro pecado. En un arrebato de pasión, me arrincona contra un eucalipto. Escucho cómo la quebrada que pasa cerca suena cada vez más fuerte, pero eso no impide que el deseo sea libre, todo lo contrario. Pone sus manos grandes en mis nalgas y me besa cada vez con más fuerza. Me abro la blusa y él toca mis senos, los redondea con firmeza, los lame. Baja su mano lentamente, sube mi falda y me quita los pantis. Su dedos rozan la superficie blanda de mi sexo, mojado ya no sólo por la lluvia. Lentamente introduce uno de ellos. Siento cómo juega dentro de mí. Mis gemidos se ocultan con los truenos que arrecian en ese momento. Atrás de un arbusto ambos vemos a un chico que nos mira y se toca, se frota con deseo. En un impulso le susurro a Antonio
“¿Hasta dónde llegaría tu locura?
EL OTRO
Noche de jueves, lluviosa, fría y sombría. Salgo de mi pequeña oficina de la 19 con Quinta, deben ser las 7 de la noche, supongo, porque dejé mi celular y mi reloj en la casa. No ha sido un buen día; como diría mi abuela “hoy me levanté con el pie izquierdo”. Mi nombre es Sebastián, soy abogado, tengo 27 años y vivo solo en un apartamento del barrio Teusaquillo, en Bogotá. Eso de convivir con alguien no se me da, quizá porque soy algo complejo de entender. Así que todos los días salgo de mi oficina, compro un café en la esquina y camino por toda la séptima hasta mi casa. Pero antes paso por el Parque Nacional, doy una vuelta, fumo un cigarrillo y me adentro en esos caminos tan solo iluminados por uno que otro poste de luz. Ayer en una revuelta, los vándalos dejaron el parque a medio iluminar; así que en la penumbra continúo con mi ritual. Me meto la mano al bolsillo de mi vestido azul y encuentro la cajetilla de cigarrillos. Cuántas veces he querido dejar de fumar y cuántas veces he recaído. “¡Mustang azul, qué mierda!”... Una ligera niebla y unas cuantas gotas empiezan a caer, así que decido tirar la cajetilla en esa caneca sucia y llena de grafitis fluorescentes. Camino sin rumbo y decido esta vez adentrarme en el parque. Subo el puente peatonal que atraviesa la Quinta y a lo lejos veo a una pareja que va hacia la parte de arriba de los juegos infantiles; la curiosidad me mata….
…Apuro el paso e intento quedarme a unos metros retirado de ellos. Cada vez que pasan por un poste de luz veo el pelo rojizo brillante de ella. Lleva una chaqueta de jean y una falda negra prensada. Creo que tiene unos 23 años. Él, un chico atlético de unos 25. Tiene rasgos fuertes, brazos anchos y su espalda gruesa se marca en su ajustada camiseta blanca. Los jeans apretados hacen notar sus nalgas tonificadas, seguro por un trabajo intenso de gimnasio. Avanzan por un camino angosto. El lodo en sus zapatos hacen que sus pisadas suenen como si crujieran las entrañas de la tierra. Por momentos se pierden en los eucaliptos y en esa maraña de ramas y arbustos que estorban mi vista. Mi mente juega con mi cuerpo y empiezo sentir una erección de pensar en aquellos dos que están intentando tener sexo en un lugar público pero discreto.
Aligero el paso. Creo haberlos perdido, pero unos pasos más adelante veo cómo él la arrincona contra un árbol. Toma su cara y empieza a lamer lentamente su cuello. Los pezones de ella, lánguidos, se ponen tiesos y se dejan ver por aquella camisa blanca ya húmeda por la llovizna. Decido quedarme a una distancia prudente y observar cómo él con sus grandes manos toca ese bello cuerpo… ese bello cuerpo que por momentos parece que fue esculpido por el mejor de los artesanos. Es imposible contener mi erección. Mi sexo cada vez más rígido y edurecido por el fuego de la sangre desea participar en aquella escena que parece haber sido sacada de las páginas rojas de Las mil y unas noches. Cada vez la noche se torna más oscura y la llovizna comienza a menguar. Por momentos parece que él quiere morder su carne, abandonarse a su deseo y dejar que sus más bajos instintos surjan sin remedio. Ella por su parte toma la mano de él, hace que baje lentamente por sus senos, pequeños pero rígidos, como de adolescente. Él frota su sexo, ligeramente inclinado hacia la derecha, contra la falda de ella. El desenfreno hace que ella abra su camisa y deje su pecho al aire. Las gotas golpean sus pezones tersos y oscuros. Él le sube la falda, le mete la mano, le baja delicadamente unos pantis de encaje, y con la yema de sus dedos frota lentamente su entrepierna haciendo que ella gima despacio, que su respiración se agite. Yo, en mi excitación, apenas me doy cuenta de que soy un pez atraído por una gran red de deseo. Él nota mi presencia y parece gustarle que yo esté en ese lugar, observándolos. No me quita los ojos de encima mientras toca su miembro erecto por encima del pantalón. Me mira… me mira y me incita cada vez más, cada vez más. No lo dudo un instante. Avanzo despacio pero seguro por aquel camino lodoso y brillante. Me acerco y sin pensarlo demasiado me veo ya besando su espalda por encima de su camiseta húmeda. Hago caso a mis deseos más profundos. Él toma mi mano y la conduce hacia el sexo de ella. Introduzco mis dedos en aquel pedazo de cielo húmedo, caliente, ignoto. Entre tanto sus labios se juntan en un beso largo, apasionado, lleno de excitación. Toda mi mano se humedece y ya no puedo refrenar mis instintos, así que desnudo ese cuerpo masculino al que deseo como deseo el de ella. Desnudos, bajo aquel aguacero constante, ella sube sus piernas y le pide a él que entre en su cuerpo. Con cada trueno y destello de luz gime como si la noche no quisiera que nadie más supiera de aquella fantasía. Él lanza su mano hacia atrás, coge mi sexo, y con experticia, frotándolo contra sus duras nalgas, hace que ingrese en esa zona prohibida por la moral.
ÉL
Siento que el deseo se me sale del cuerpo por cada poro. Que me expando y me dilato en el placer. Agarro mi miembro por encima del pantalón observando al muchacho. Nuestras miradas son poderosas. Con los ojos lo invito a participar y él accede. Se acerca lentamente hacia nosotros y se para detrás de mí. Me empieza a besar la espalda, los hombros, me agarra con fuerza y perdemos el control. Llevo una de sus manos al sexo de ella y los dos empezamos a jugar, a estimularla. Ella se retuerce y me pide que entre. Yo tomo una bocanada de aire y entro con fuerza en su cuerpo, mientras el desconocido se frota contra mis nalgas. La excitación es tal, que quiero sentirlo dentro de mí. Ella y yo abrimos las piernas, soltamos... Dejo que entre en mí al tiempo que yo entro en ella. Los beso, se besan, nos besamos, nos movemos en una danza ondulante de placer. Estamos mojados completamente por la lluvia que comienza a cesar pero el deseo aumenta con cada gemido, con cada grito. Estallamos simultáneamente sellando el pacto de nuestra unión momentánea. Nos miramos y nos sentimos flotar por encima de la ciudad, y llevados por el éxtasis nos fundimos en un último beso secreto los tres.
ELLA
Antonio mira al chico, le hace unos cuantos juegos de miradas mientras sus manos siguen produciéndome placer. Yo no puedo sino gemir. El chico delgado se acerca, con timidez y excitación, y empieza a besar la espalda de Antonio. Dejamos que cada beso se confunda en nuestros cuerpos. Cierro mis ojos. Siento cómo la mano de mi instructor y la del chico de la noche van jugando en mi entrepierna. Cuatro manos acariciando mi cuerpo hacen que mi excitación sea indescriptible. Abro mis ojos por un instante y veo que los dos cuerpos están desnudos, y ya no aguanto más. Abro mis piernas y doy paso para que Antonio entre en mí. Mientras tanto el chico hace lo suyo, entra en el cuerpo de Antonio. Ahora él siente lo mismo que yo. Eso me excita más... Escucho los gemidos de ellos dos junto a los míos, el golpeteo de las pelvis, tan cerca una de la otra. Ahora somos uno solo. Decido moverme más y gritar y pedir más y dejar que nuestros cuerpos disfruten cada segundo. Siento al fin una explosión, un desgarro, una debilidad que nos une a los tres en el deseo, en la excitación, en un orgasmo compartido.
EL OTRO
Ahora los tres somos un solo ser. Nuestros labios y nuestros cuerpos son uno solo. Excitados simplemente dejamos que la noche sea nuestra cómplice. Tres personas en un solo cuerpo, tres personas con un solo deseo, tres personas explotando en un solo éxtasis.